El monstruo bajo la cama

Me despierta el susurro de unos pies arrastrándose por el suelo, cosa ilógica pues no hay nadie en casa sino yo. Oigo como los pasos se acercan a la cabecera de la cama. Paso, paso, paso. Ya está cerca, no sé quién puede ser. Tengo miedo. 

Ha parado en seco justo al lado de mi cabeza siento como mueve un brazo hacia donde yo estoy, quiero correr, pero estoy paralizada. 

Nunca nadie me ha visto, nadie sabe que el monstruo debajo de la cama soy yo, una niña que murió escondida bajo la cama a causa de un incendio y que para sobrevivir hice un pacto, solo tenía 5 años y mucho miedo. Me dijeron que volvería a ver a papá y mamá, pero era mentira. ahora tendré que vivir bajo la camasñ de este niño  hasta que alguien me abrace. el problema es que no me ven, lo único que son capaces de ver es un horrible monstruo que les atormenta cada vez que miran bajo la cama.

Quien está en la casa se agacha, retrocedo hacia el fondo para que no me toque. no sé quién es, me horroriza asomarme a ver, mi instinto me dice que no debo dejar que me vea, así que supongo que es un adulto. Los adultos no pueden verme pero si me tocan me hace daño, un dolor inmenso me sacude la zona donde me rocen. como si me quemara como el día del incendio.

La persona se agacha aún más, asoma la cabeza y mira hacia donde estoy yo, tengo la sensación de que me mira a loa ojos pero creo que es imposible. Hasta que me habla:

– Hola Molly, es hora de que vuelvas a casa.

No lo puedo creer. La persona que me habla es mi hermano, pero eso no puede ser, él murió en el fuego. Salgo sin pensar, Bobby nunca me haría daño. Se aleja para dejarme salir de debajo de la cama. 

Una vez fuera me mira sonriente, parece un ángel vestido de blanco. Tras él están mes padres mirándome con la misma sonrisa, con la que me miraban siempre. Se acercan a mí creando un semicírculo a mi alrededor y me abrazan los tres a la vez.

Me duele, arde como si estaba en el infierno, siento las quemaduras por todo mi pequeño cuerpo. Entre lágrimas veo salir humo. Mi familia me da ánimos, me dicen que pasará rápido, que lo soporte un poco más, no puedo parar de llorar, es demasiado para mí. Creo que me he desmayado.

Me despierto, parece que ha pasado una eternidad desde que me desvanecí. Mi familia aún me abraza, pero ya no siento dolor.

En cuanto me sueltan de ese abrazo miro mis manos y me doy cuenta de que he cambiado, vuelvo a ser aquella niña de cinco años que era antes del incendio. Llevo un vestido blanco como el que tiene puesto mi hermano. Me gusta.

Mi padre me coge en brazos y me lleva lejos de esa cama. 

— ¿A dónde vamos? —Pregunto con miedo, pues llevo demasiado tiempo en aquel lugar.

— A un lugar mejor.— Contesta mamá.

De repente, en vez de seguir caminando, despliegan unas hermosas alas irisadas y volamos hacia el cielo.

Publicado por Cristina G. Mendoza

Estudiante de Información y Documentación en la ULE

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